Infraestructura de la calidad abre caminos a la economía circular

Cuando escuchamos hablar de economía circular, a menudo la asociamos solo con el reciclaje. Si bien esta práctica es una parte importante del concepto, reducirlo a esto limita su verdadero potencial. La economía circular propone un modelo mucho más amplio y ambicioso: repensar el diseño, la producción y el consumo, maximizando el valor de los recursos y minimizando los residuos.  

Este enfoque no solo responde a desafíos ambientales, sino que también abre oportunidades para negocios innovadores y resilientes. Desde modelos basados en la reutilización y el alquiler, hasta tecnologías avanzadas para el aprovechamiento de materiales, la economía circular se presenta como una estrategia rentable y sostenible para las empresas actuales y del futuro. 

El potencial de la economía circular es innegable. A nivel global, existen cerca de 4.000 start-ups y scale-ups operando bajo modelos circulares de negocio, y 11 de ellas han alcanzado el estatus de “unicornios”––empresas valoradas en más de 1 billón de dólares––. Se estima que la adopción de prácticas circulares podría generar hasta 4.5 billones de dólares a nivel global para 2030 y, en América Latina, hasta 8.8 millones de nuevos empleos en sectores como agroalimentos, construcción y gestión de residuos. 

De hecho, América Latina ya se va perfilando como terreno fértil para esta transición. Según el Circular Startup index, un repositorio global de start-ups circulares con alto potencial de crecimiento manejado por la Ellen MacArthur Foundation, aproximativamente el 10% del total tiene sede en la región; y no es casualidad que el 70% de los ejecutivos latinoamericanos vean la sostenibilidad como una prioridad estratégica para la competitividad de sus negocios. 

Las cifras mencionadas muestran el interés por incorporar principios de la economía circular. Sin embargo, para que las soluciones circulares puedan escalar y competir globalmente, deben ser efectivas, seguras, confiables y verificables. En ese sentido, un sistema robusto de la infraestructura de la calidad (IC) juega un papel clave para garantizar estos atributos, especialmente a nivel de las pequeñas y medianas empresas (PYME) que necesitan las herramientas y el respaldo adecuado para llevar sus innovaciones circulares al siguiente nivel. 

Una alianza para competir 

Empecemos con lo esencial: ¿Qué es la infraestructura de la calidad (IC)? Es el sistema que comprende las organizaciones (públicas y privadas) junto con las políticas, el marco jurídico y reglamentario pertinente y las prácticas necesarias para apoyar y mejorar la calidad, la seguridad y la solidez ambiental de los bienes, servicios y procesos. Compuesta por instituciones de metrología, normalización, acreditación y evaluación de la conformidad, la IC es clave para asegurarnos de que los productos, servicios y modelos de negocio circulares sean reconocidos como genuinamente circulares, tanto a nivel local como internacional. 

Para las empresas que buscan incorporar la economía circular en sus modelos de negocio, la IC actúa como una puerta de entrada hacia mercados más amplios. Se trata de un conjunto de herramientas que una empresa necesita para operar correctamente tanto en el ámbito local como internacional. Su importancia puede compararse con la preparación de un vehículo antes de un largo viaje: así como un automóvil debe funcionar correctamente y cumplir con normas técnicas para circular de manera legal y segura, las empresas deben ajustarse a estándares y regulaciones que garantizan la calidad y la conformidad de sus productos y servicios.  

El sistema de IC funciona de manera similar a los talleres mecánicos y las verificaciones técnicas oficiales que aseguran el correcto funcionamiento de un vehículo. Los laboratorios especializados cumplen el rol de mecánicos expertos que inspeccionan y ajustan cada componente para que el automóvil (producto o servicio) esté en condiciones óptimas. Posteriormente, la certificación por terceros actúa como la verificación técnica vehicular: un proceso independiente que avala el cumplimiento de los estándares y regulaciones, generando confianza en consumidores y mercados, del mismo modo que una revisión certificada garantiza que un vehículo es seguro y fiable para circular. 

Contar con una IC robusta significa que las empresas pueden validar la calidad, la sostenibilidad y el impacto ambiental de sus productos, lo que otorga confianza tanto a los consumidores como a los inversionistas. También es clave en un contexto de regulaciones ambientales más estrictas. Por ejemplo, la acreditación de productos reciclados o la certificación en eficiencia energética son prácticas cada vez más demandadas. Estas certificaciones validan que las empresas están operando de manera responsable y alineada con las políticas climáticas globales, como las del Pacto Verde Europeo, que busca acelerar la transición hacia una economía limpia y circular.  

Sin embargo, muchas micro, pequeñas y medianas empresas (MIPYME) de América Latina carecen del conocimiento, la experiencia y los recursos para adoptar y mantener estándares de calidad internacionalmente reconocidos. La falta de cultura de la calidad y la percepción de que significa más un costo que una inversión estratégica, limitan su disposición a adoptar estándares y certificaciones. Este desafío se ve agravado por la falta de estrategias de desarrollo productivo que incorporen la calidad en su ADN y de sistemas nacionales de la IC robustos, eficientes y accesibles para las empresas. Según el Índice Global de la Infraestructura de la Calidad 2023, que evalúa 185 economías a nivel mundial, América Latina presenta marcadas diferencias en el desarrollo de su infraestructura de calidad. Apenas cuatro países logran posicionarse en el primer cuartil del ranking global, mientras que la mayoría se agrupa en los niveles más bajos. Estas brechas en la IC, aunque desafiantes, también representan una oportunidad para implementar soluciones innovadoras que impulsen el desarrollo sostenible en la región. 

Un ejemplo prometedor en esta dirección es el Programa Sello Verde lanzado recientemente por el gobierno brasileño. Este programa busca certificar productos y servicios que cumplan con estrictos criterios de sostenibilidad, brindando respaldo técnico y normativo a las empresas que adoptan prácticas circulares. El Sello Verde no solo ayudará a garantizar que los productos sean responsables con el medio ambiente, sino que también fortalecerá la competitividad de las empresas brasileñas, abriéndoles puertas a nuevos mercados y a nuevas oportunidades comerciales.  

Un llamado a la acción 

La transición hacia una economía circular es un habilitador clave dentro de un nuevo paradigma que integra la sostenibilidad y la innovación como motores clave de crecimiento económico y que está alineado con los Objetivos de Desarrollo Sostenible (ODS) de la Agenda 2030. Cada vez más países reconocen que adoptar la economía circular es fundamental para alcanzar objetivos climáticos, sociales y económicos a largo plazo, lo que exige transformaciones sistémicas en las estructuras productivas, las cadenas de valor y los modelos de negocio. 

El impulso hacia la economía circular ha sido tan significativo que recientemente se aprobaron las primeras tres normas de la Organización Internacional de Normalización (ISO) específicamente dedicadas a este tema: ISO 59004, ISO 59010 e ISO 59020. Este hito es clave, ya que establece marcos técnicos y de evaluación claros, proporcionando un lenguaje común y un sistema normativo globalmente reconocido que facilita la adopción de prácticas circulares, y refuerza la conexión entre la economía circular y una IC robusta y efectiva. 

América Latina tiene una posición privilegiada para capitalizar esta sinergia, facilitando la transición empresarial hacia modelos circulares y destacándose en un mercado global cada vez más enfocado en la sostenibilidad y la responsabilidad ambiental. Aunque la disparidad en los sistemas nacionales de calidad de la región representa un desafío, también abre la puerta a un valioso aprendizaje mutuo y a la incorporación de las mejores prácticas internacionales. La clave está en integrar la economía circular y la infraestructura de calidad en las políticas industriales y de innovación, creando un entorno habilitante para la innovación, la productividad y el crecimiento.* Reducir las brechas en la IC y aprovechar sus fortalezas permitirá a América Latina no solo adaptarse al mercado mundial, sino también posicionarse como líder global en la transición hacia un futuro más verde, resiliente y circular. 

*Nota: Conscientes de que ello requiere una combinación de conocimientos y competencias existentes y nuevas para la formulación de políticas públicas, desde el BID desarrollamos con éxito un programa de formación en alianza con EIT Climate-KIC y la Red Latinoamericana de Agencias de Innovación (RELAI), sobre cómo impulsar la transición hacia la economía circular a través de políticas de ciencia, tecnología en innovación. Conoce más aquí. 

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